Había una vez un niño que iba paseando por la calle y vio un perro que estaba abandonado. Era un San Bernardo grande y el niño se lo llevó a la casa donde trabajaba con un señor que era muy malo. El hombre al principio se enfadó mucho con el niño pero después se puso a pensar que le podría ser útil para tirar del carro que utilizaba para llevar leña. Un día ató al perro al carro y fueron a por leña y el pobre perro tiraba como podía del carro con la carga. El segundo día volvieron a por más leña pero otra vez el hombre cargó el carro más que el día anterior y el perro no podía arrastrar el carro. El hombre le pegaba con un látigo para que tirara pero no podía arrastrar el carro y le volvía a pegar con el látigo y poco a poco llegó a casa. Al día siguiente volvieron a por mas leña y esta vez también fue el niño. El hombre volvió a cargar el carro aún más que el día anterior y volvió a pasar por lo mismo. Le pegaba al perro con el látigo, le daba patadas por todo el cuerpo y el niño, intentó ayudar al perro a tirar pero ni entre los dos podían mover el carro. Entonces el hombre le empezó a pegar a los dos. Se ensañó con ellos a golpes y los dejó medio muertos y el se marchó.
A la mañana siguiente una pareja que pasaba por allí vieron al niño y al perro malheridos y medio muertos. Los cogieron y llevaron al niño al hospital y al perro al veterinario y mientras se recuperaban el hombre y la mujer, que no tenían hijos, fueron a denunciar al hombre. Pasaron recreándose dos meses. Cuando ya estaban bien la pareja le dijo al niño, que era huérfano, pero el perro. Cuando llevaron al niño a su nueva casa se llevó la sorpresa de que el perro estaba allí
Daniel Morillo Calvo
Daniel Morillo Calvo